Me gusta el gremio de taxistas. Toda mi vida he tomado taxis y en el 99 % de las ocasiones he tenido de buenas, a realmente memorables experiencias en donde en muchos casos he aprendido algo importante. Creo que mi buena suerte se ha debido en parte a que he minimizado el tomar taxis en la calle y en ciertos puntos de acopio que no pertenezcan a una empresa en especial. También, a que yo busco conversar con el conductor. El uso de las aplicaciones ha mejorado la experincia de montar en taxi, tanto para ellos como para nosotros, y si uno logra dar con un buen taxista, es como acceder a una fuente de la información colectiva de la memoria y vivencia de la ciudad en la que uno esta haciendo el viaje.
Por esto quiero dedicar una sección de mi blog a las historias de viajes en taxis. Algunas son tan locas como fascinantes. En todos estos años he oído casi de todo. Y de todo es de todo. Desde un taxista psíquico, hasta otro proxeneta que me ofreció trabajo. Desde hombres de fé que me dicen lo que necesito oir ese día, hasta exparamilitares en búsqueda de redención. Los viajes con los taxistas exmilitares son de los mejores en cuanto a la calidad de las historias, y la apertura para contestar preguntas incómodas. Como ejemplo traigo esta historia de una conversación que tuve con un taxista a finales del 2024.
Salía al rededor de las 7 P.M. de la Universidad de Antioquia. Era un lunes, noche fria y me dirigía a mi casa que corresponde a un trayecto de 15 a 20 minutos, $ 14.000 de carrera. En toda la salida principal de la portería de la calle Barranquillla hay un acopio de taxis que yo trato de no utilizar por las experiencias incómodas que he tenido con algunos taxistas que se congregan allí, y que ya contaré en un futuro. Usé la aplicación de Copebombas, que recomiendo a todo el mundo, y me recogió un señor de unos 62 a 65 años. Un hombre fornido y vestido con ropa deportiva. Cuando comenzó la conversación el hombre me preguntó por cómo iba la universidad. Usualmente esta pregunta que es genérica está principalmente orientada a conocer el estado del orden público en la universidad, dado que este espacio ha sido usado históricamente como escenario de protestas violentas.
Yo le dije que paradójicamente desde que había comenzado el gobierno del presidente Petro, en la universidad había bajado muchísimo el número de estas protestas violentas. Al punto de que llevábamos casi dos años, hasta el momento de ese viaje, sin paros. El hombre manifestó su aprobación por la situación de mejora, pero además dijo algo que no es usual en la percepción ciudadana con respecto a los causantes de la violencia en la universidad: “Hombre, que bueno… porque yo sé que los que hacen todas estas cosas no son de la universidad…”. A mí francamente me sorprendió la convicción de esta afirmación, pero además dijo: “Sí, yo lo sé… No son de la universidad… a mí me consta”. “A ¿usted le consta?” – pregunté intrigado. “Sí muchacho, es que hace 40 años yo estaba en el ejército y me tocó estar allá”. “Ah sí, yo recuerdo que a principios de los noventa una vez el ejército entró de noche a la universidad y levantó el campamento de un grupo de estudiantes”, le dije. “No, yo no entré uniformado a la universidad”, el hombre me contestó y al ver mi cara de sorpresa completó su historia: “Yo entré infiltrado como estudiante a la universidad.”
Era la segunda persona que yo sabía que había trabajado como espía en la universidad. La primera, es el papá de una estudiante mía, más o menos de la misma edad del conductor. Sin embargo, la revelación era completamente inesperada. “¿Y cómo hizo para ingresar como estudiante? ¿Tenía carné? ¿Era en coordinación con las directivas de la universidad?” le hice las preguntas de rigor. El hombre me contestó lo siguiente: “La universidad no sabía nada. Yo hice todo el proceso como cualquier estudiante normal. Presenté el examen de admisión y pasé a derecho. Ahí comencé a estudiar y a conocer gente, …, yo les tomaba fotos en las protestas. Era muy difícil esconder la cámara… Como a los tres semestres me salí”. El trayecto hasta mi casa se estaba acabando y yo hubiera deseado indagar más sobre la historia pero ya no había más tiempo. No sabré quiénes fueron los fotografiados y a qué grupo pertenecían. En un momento pensé en la audacia de este espía que para ese momento no tendría ni 20 años, el destino de las personas fotografiadas, y qué habá sido de la vida de este hombre que ahora manejaba taxi. Le hice una última pregunta porque claramente esta persona había sido lo suficientemente competente para presentarse a derecho en la UdeA (uno de los programas más demandados), pasar el examen de admisión, estudiar unos semestres y haber desarrollado una carrera como abogado “¿Qué pasó con el cupo y con su carrera de abogado?”, pregunté intrigado y angustiado por ese cupo, y quizá, por la oportunidad de una vida perdida. “No, eso era parte de la operación militar de ese momento, entrar a la universidad era parte de mi trabajo, yo volví al ejército y nunca más por la universidad…, lo dejé todo”.