Esta semana observamos con asombro y tristeza como una multitud de individuos arremetía contra las estaciones de Transmilenio. Para mí, como creo que para muchos, esto es un acto que no deja de generar preguntas y reflexiones.
Trasmilenio fue por muchos años el símbolo de la transformación bogotana por excelencia, siendo quizá la obra que más ha integrado y enorgullecido a sus habitantes en 474 años de historia. De repente muchas personas pudieron almorzar en sus casas, compartir más con sus familias, sentirse seguros en un medio de transporte, y recorrer las distancias de la vasta sabana en una forma barata y rápida. En todas las guías y videos turísticos, los articulados buses rojos irrumpían en el gris, caótico y neblinoso paisaje de la metrópolis cundiboyacense, proclamando una nueva era de orden, esperanza y civilidad. El primer gran paso hacia la Bogotá deseada.
El éxito del sistema y la ausencia de un plan de mejoramiento continuo lo llevaron progresivamente a su saturación, pues diseñado para 1.4 millones de personas hoy moviliza 1.7. El hacinamiento a consecuencia de las bajas frecuencias ocasionó insatisfacción, peleas, robos, y prolongó el tiempo de espera en las estaciones. Mientras tanto, el precio del tiquete se incrementaba a la par que la calidad del sistema disminuía. Las primeras protestas y quejas se hicieron en el 2004, al igual que las primeras promesas de mejoramiento. Ocho años después vemos que Trasmilenio representa exactamente todo lo opuesto a lo que los bogotanos esperaban de él. Es un monumento más a la inseguridad, el atropello, la ineficiencia y el abuso de unos entes privados ante la indiferencia o complacencia de las autoridades (Video). En un ambiente de tal tensión social cualquier evento desata el infierno.
En 1992 después de que la policía de Los Angeles golpeara brutalmenta a Rodney King, un grupo de manifestantes destruyeron un sector de la ciudad después de 6 días de violentas protestas, 37 personas muertas, 3 mil heridos, 4 mil arrestos y miles de millones de dólares en pérdidas. El mismo Rodney, aun molido por la golpiza, tuvo que interceder por el cese de la violencia y tal vez esto ayudó a que parara. Como siempre, aunque los manifestantes se alzan en contra de instancias superiores, no vacilan en afectar a sus semejantes, sus propiedades y así mismos, con tal de hacerse sentir.
Mientras veía las escenas de como apedreaban las estaciones y saqueaban las taquillas de Trasmilenio, por alguna razón las relacioné con el linchamiento y sodomización de Gaddafi, y me preguntaba ¿es esto justicia? No lo sé. Lo que si sé es que así solemos reaccionar los humanos cuando creemos que hay injusticia. Yo prefiero creer que existen mejores formas pacíficas.
En conclusión, no creo que los manifestantes hayan destruido Trasmilenio. Este cayó hace tiempo atrás como consecuencia de unas alcaldías indolentes en el tema. Los manifestantes en cierta forma sólo removieron los escombros.