En el libro Freakonomics, Steven Levitt afirma que la disminución de los crímenes en Nueva York y Los Ángeles, se debió principalmente al aumento de policías. Sin embargo, no se puede desconocer el efecto disuasivo, que tienen otros mecanismos no represivos. Por ejempo, la campaña de las estrellas negras en Bogotá, permitió que el número de víctimas de tránsito en el 2003, se redujera en un 20,13%, mientras las colisiones entre vehículos en un 7%.
Aunque parezca extraño, mucha gente deja de hacer lo malo cuando por algún mecanismo comprende que lo es. Un ejemplo de esto se presentó en pasado día de madres, tradicionalmente conocido por el incremento en las tasas de homicidio en algunas de las ciudades colombianas. Pero en Cali, la campaña “Disfrutemos el mes de la madre con un latir de paz y cero muertes violentas”, dejó un resultado satisfactorio por la disminución en un 30% de los homicidios, comparando las estadísticas del año 2009.
Si bien es clara la necesidad de una fuerza pública eficiente, contundente y profesional, también lo es que ella no es el remedio para todos los males. El 90% de la criminalidad en Colombia, es esa criminalidad que no vuela puentes, ni secuestra candidatos presidenciales. Es la criminalidad del gamín, el apartamentero, el urbanizador pirata, el adicto desesperado, el esposo celoso y el vecino rumbero. Es la criminalidad que no necesita tanques de guerra, ni aviones mirage, ni compra de fusiles galil para su remedio. Es la criminalidad que para su sometimiento depende de una acción cívica cooperativa formada en campañas, un ágil sistema judicial y de reparación, y uno que otro bolillazo aquí y allá.